Lo veo tan cerca desde la mira, ahora que lo observo más detenidamente me recuerda a Unai. Su sonrisa, sus cabellos rubios, siempre con un balón en las manos. Tres años han pasado, ahora tendría su misma edad. Tres años han pasado y el dolor continúa siendo tan abrasador como el primer día. Ahora se que siempre nos resulta infinitamente más doloroso un suceso cuando lo sufrimos en nuestras carnes o en las de nuestros seres queridos, pero es curioso como tras sufrir dicho dolor nos solidarizamos con quienes lo sienten, e incluso lloramos por su pérdida, pues en ellos nos reflejamos. Nadie sabe, como yo, lo que es perder a un hijo, ningún padre debería enterrar a sus hijos. Por desgracia no soy el primero ni tampoco seré el último que lo haga. De lo que si estoy seguro es que en cuanto apriete el gatillo del rifle él también sentirá lo mismo que sentí yo hace tres años y estoy totalmente seguro que lloraré por su pérdida, pues es también la mía.
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