Los neones carmesí inflingían un daño considerable en mis ojos, pero no podía evitar continuar embelesado con su llamativo color. En aquella fría noche de invierno los sonidos enturbiabanmi razón convirtiendome en un ser guiado por la busqueda de la sirena que me había encantado aquel día y me había atraído hasta esta isla de color y música. Observé el umbral con forma de portón antiguo castaño madera y dubitativo lo crucé a la vez que recordaba las palabras del Conde Dracula cuando invita a Jonathan Harker a entrar en su castillo. Danzantes luces de variopintas tonalidades (verdes, rojas, azules y amarillas) se clavaban por las paredes y sobre los hipnotizados prisioneros de aquella abarrotada cárcel sin barrotes. Mis pies, ocultos bajo una espesa niebla teñida de púrpura avanzaban desconociendo el terreno que pisaban. Me adentré, apartando a las siluetas sin alma guiadas por la retumbante y repetitiva melodía desprendida por los titánicos altavoces. Abrirme camino fue una larga odisea de roces, olores y alcohol sobre mi ropa. la luz se centró sobre mi persona mientras todos se apartaban, dejandome al descubierto y sin la protección del anonimato multitudinario. Sobre el altar y tras una barra repleta de artilugios de mezcla de música se encontraba ella, la figura más perfecta que jamás había tenido la gracia de observar mis ojos. En sus púpilas añil se reflejaba la espuma del mar y el aroma a salitre y sus cabellos negros, ondeando sobre una brisa que soplaba solo para ella, ocultaban sus hermosos labios carnosos. Hasta aquel momento me había sentido especial al pensar que me su amor me traído hasta aquí, pero en ese instante descubrí que el resto de figuras, todas ellas masculinas, también habían sido traídas hasta aqui con las misma mentira. El gran portón se cerró tras de mí.
CANTOS DE SIRENA by Juan Manuel Martín Domínguez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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