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TARDÍAS LAGRIMAS DE CEREZO

Se detuvo frente al cruce de caminos del parque, la brisa otoñal cubrió su visión con sus cabellos, una lluvia rosa de flores de cerezo invadió el cuadro que se trazaba lentamente ante sus perplejas pupilas.
La fúnebre comitiva avanzaba con un pausado paso tras el coche que portaba el féretro. Toda aquella situación le trajo recuerdos que yacían olvidados, a propósito, en un rincón bajo llave en la más oscura habitación de su cabeza. Cerró sus párpados de manera pesada y su mente viajó varios años atrás cuando vivió aquel mismo momento pero con la candidez y el desconocimiento de un niño.
El aroma a rosas y flores le arropó al paso del coche junto a él. Dedicatorias de familiares, amigos y allegados le trajeron de vuelta aquella sonrisa que jamás volvería a ver, la calidez de los abrazos que ya no sentiría y aquella voz a la que se aferraba y que poco a poco se desvanecía.
Se apartó, subiéndose a la acera, sin tener conciencia de sus propios movimientos y viendo en aquella comitiva la que hace años el mismo encabezó. Se recordó sereno, pese a su temprana edad, cogido de la mano de su madre, enfundada en un ajustado traje negro y con un velo ocultando sus llantos. Como ahora veía.
Observó ensimismado a los familiares más cercanos de aquel difunto, se vio a si mismo en la figura de aquel niño que lloraba una pérdida que podía comprender.
No supo cuanto tiempo pasó viendo desfilar a toda aquella gente, lo que si supo en aquel instante, tras varios años, era que ahora empezaba a llorar lo que no pudo desde hace tiempo.

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