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CANTOS DE SIRENA


Los neones carmesí inflingían un daño considerable en mis ojos, pero no podía evitar continuar embelesado con su llamativo color. En aquella fría noche de invierno los sonidos enturbiabanmi razón convirtiendome en un ser guiado por la busqueda de la sirena que me había encantado aquel día y me había atraído hasta esta isla de color y música. Observé el umbral con forma de portón antiguo castaño madera y dubitativo lo crucé a la vez que recordaba las palabras del Conde Dracula cuando invita a Jonathan Harker a entrar en su castillo. Danzantes luces de variopintas tonalidades (verdes, rojas, azules y amarillas) se clavaban por las paredes y sobre los hipnotizados prisioneros de aquella abarrotada cárcel sin barrotes. Mis pies, ocultos bajo una espesa niebla teñida de púrpura avanzaban desconociendo el terreno que pisaban. Me adentré, apartando a las siluetas sin alma guiadas por la retumbante y repetitiva melodía desprendida por los titánicos altavoces. Abrirme camino fue una larga odisea de roces, olores y alcohol sobre mi ropa. la luz se centró sobre mi persona mientras todos se apartaban, dejandome al descubierto y sin la protección del anonimato multitudinario. Sobre el altar y tras una barra repleta de artilugios de mezcla de música se encontraba ella, la figura más perfecta que jamás había tenido la gracia de observar mis ojos. En sus púpilas añil se reflejaba la espuma del mar y el aroma a salitre y sus cabellos negros, ondeando sobre una brisa que soplaba solo para ella, ocultaban sus hermosos labios carnosos. Hasta aquel momento me había sentido especial al pensar que me su amor me traído hasta aquí, pero en ese instante descubrí que el resto de figuras, todas ellas masculinas, también habían sido traídas hasta aqui con las misma mentira. El gran portón se cerró tras de mí.

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HAIKU (*)

Era un frío atardecer. Bajo Rashomon, el sirviente de un samurai esperaba que cesara la lluvia. No había nadie en el amplio portal. Sólo un grillo se posaba en una gruesa columna, cuya laca carmesí estaba resquebrajada en algunas partes. Susurrantes y tranquilizadoras cantaban las gotas sobre las ramas del cerezo en flor. Olor a tierra mojada y el lejano y rítmico sonido de una fuente de cañas de bambú. Hermoso momento detenido en el tiempo. Un instante calmado para un final calmado.
Kojiro-san yacía sobre sus rodillas, inspirando de manera profunda y pausa. Su brazo derecho describía movimientos harmónicos y sutiles, su mano sujetaba un pincel con una inusitada dulzura en un guerrero. Tanta belleza en el mundo y tan poco tiempo para escribir algunos pensamientos que reflejasen una ínfima parte de todo lo bello. Kojiro había sobrevivido a decenas de batallas, cenado a la diestra del Emperador y protegido a su familia con su sangre y lágrimas, pero cuán arduo le resultaba ahora tratar de transcribir la belleza y complejidad de un copo de nieve o de una brizna de hierba mecida por la brisa matutina.
Era ya demasiado anciano para recordar su infancia despreocupada, pero demasiado joven para toda la sangre que sus ojos habían visto y su corazón había llorado. Ni un solo atisbo de arrepentimiento asomaba en su rostro, una vida recta y guiada por el código inquebrantable del bushido le otorgaban el coraje necesario para no temer a la muerte. En la derrota no existía deshonor.
Su fiel sirviente y yojimbo estaba a su espalda, Kojiro podía imaginar como sus lágrimas se mezclaban con la lluvia.
La firme mano del anciano samurai asió con fuerza la empuñadura de su wakizashi, situó un pedazo de papel de arroz en la hoja y la introdujo en su estómago.
Contuvo un esputo de sangre y su honor le impidió gritar, su rostro no mostró emoción mientras la afilada espada surcaba su abdomen.
Una lágrima cayó en el hombro de Kojiro, una frase de disculpa, un lamento contenido y un corte certero dejó intacto el honor del longevo y aguerrido samurai.


(*)HAIKU: Poema japonés de tres versos que sigue estrictas reglas poéticas orientales. Tradicionalmente el haiku buscaba describir los fenómenos naturales, el cambio de las estaciones, o la vida cotidiana de la gente.

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CANCION DE CUNA

Pedro sintió frío, todo su cuerpo se estremecía con fuerza.El añejo reloj de cuco señaló las doce de la noche con su voz grave. Abandonado yacía el salón principal, acariciado por la tenue mirada de la luna llena filtrada por entre las bailarinas cortinas carmesí. El gemir melódico de una mecedora y el murmullo de una susurrante voz femenina invitaban a un sopor dulce y despreocupado.

“Detén tu llanto, estoy junto a ti,
Coge mi mano, siente mi calor.
Mis brazos te protegerán de todo mal.
No llores más, siempre estaré aquí.
No tengas miedo, mi niño,
Abre tus ojos y me verás cerca,
Escucha mi corazón latir
Este lazo nunca se romperá.
Duerme mi cielo en paz y tranquilidad,
Seré la mano que siempre te levante,
Seré la luz que vele tus sueños,
Quien te abrace al final del viaje.
A veces te sentirás solo y abatido,
Y tu corazón conocerá el dolor,
Debes mantener la cabeza erguida.
Estaré ahí, sólo mira por encima de tu hombro.
Detén tu llanto, estoy junto a ti.”

Pedro sonrió de nuevo al recordar la nana que su madre siempre le cantaba de pequeño. Sabía, en lo más profundo de su corazón, que su esposa haría lo mismo con el joven Pedro. Cuando pronunciaba sus nombres sus rostros pasaban por su mente. Era una lastima que el proyectil hubiera alcanzado de muerte a este hijo, padre y esposo, una verdadera lastima.

SOLO EN LA OSCURIDAD

El frío de la brisa nocturna debilita mi coraje con su aliento de soledad y supremacía, mi valor se hace tan insignificante como el grisáceo polvo del camino. Los árboles bailan el harmónico vals de la eterna y profunda noche, dibujando siluetas bajo la luz de la sangrienta luna llena. Las hojas son meras marionetas con forma de mariposas que vuelan a mi alrededor, mostrándome un sendero dominado por el negro y el oscuro azul del infinito firmamento. Por mi cabeza rondan risas, lamentos y suspiros de niños que aparecen y desaparecen frente a mis ojos, la cordura ha decidido que no soy un buen anfitrión. Mis pasos no son más que temblorosos intentos por seguir una dirección que me aleje del terror que se ha apoderado de mi alma. Mi respiración es la última exhalación de alguien que espera su final con cobardía, tratando de aferrarse a recuerdos de momentos mejores y de mayor luminosidad. Intentar alejar mi mente de este lugar no lo hará desaparecer. Las garras de los esqueletos que fueron robles son cada vez más acechantes y el ritmo del viento se ha convertido en la amenazante respiración de la bestia de mis pesadillas. Siluetas y murmullos se esconden tras los matorrales, escudándose; invisibles y gélidas manos rozan mi rostro, dejando plasmadas en él, sensaciones de sangre y venganza. Veo una habitación de azulejos blancos carcomidos por el olvido y la herrumbre del tiempo, la tenue luz de la lámpara se mueve, dibujando el contorno de la bañera en la que se encuentra mi carcasa corpórea. La luz quema mis ojos y el tacto cálido del agua en la que me encuentro me invita a dormir, los párpados pesan como tela mojada y mis fuerzas parecen haberme abandonado hace tiempo, pues no recuerdo ni como ni cuando he llegado hasta aquí. El tiempo parece detenido en la estancia y los recuerdos son velos transparentes que resultan imposibles de descifrar.
Otra vez la soledad se ha erguido como la única que escucha lo que tengo que decir, he olvidado mi voz, pues solo mi pensamiento puede expresar lo que siento con la prontitud que deseo. Mis sentidos se han dormido y ahora rehúsan obedecer a quien fue su amo... ¿Este es mi destino, ser olvidado en una atemporal estancia, sin conciencia de la realidad? Estoy cansado de luchar, hastiado de tratar de escapar de aquí, lo he hecho en demasiadas ocasiones y ya no me quedan ganas ni fuerza. Estoy decidido a rendirme y pasar lo que me queda de tiempo en esta bañera cubierto del dolor de la razón perdida. Me queda la esperanza de que, con el paso de las edades que me queden aquí, pueda conseguir entablar algún tipo de amistad con las alimañas e insectos que murmuran mi nombre por las esquinas de la habitación.

Ha pasado toda una eternidad, las sombras de mil vidas parecen haber pasado bajo la rendija de la puerta de mi estancia. Muchos desconocidos ojos se han detenido a observarme mientras me deshago en mi abandono, algunas crueles carcajadas han resonado tras los pasos de mis espectadores. Mi funesto sino parece haberse revelado ante ellos, pues en muchas de sus miradas veo escrita la palabra “adiós”, salinas lágrimas cruzan la puerta para introducirse en mi bañera... Pesadez, esa soporífera sensación de cansancio se ha convertido en el aire que respiro... si es que aún mantengo algo de vida en mi interior... Y ahora todo cambia a mi alrededor
Las paredes palpitan, exudando líquidos oxidados con memorias escritas en un lenguaje demente desde la oscuridad de lo absurdo. Sollozan angustiadas palabras que resuenan en mis huesos y sacuden mis tímpanos con la maltrecha y cansada sangre que aún queda en mi cuerpo. Escondidas tras los añejos azulejos se hallan arterias que recorren la estancia levantando virulentas ampollas a su paso. La presencia de mi abandonada cordura gimiendo junto a mi lecho me resulta repulsiva, comenzando a encender las ascuas de mi apatía. Cadenas lejanas y cercanas resuenan ecoicas, provenientes de todos y ningún lugar, entonando una canción de cuna que me ayuda a caer en el sueño de lo desconocido.
Desconcertadas y danzarinas mariposas de cadavéricas alas revolotean alrededor de la mugrienta y amarillenta bombilla, devoradas cada una de ellas con gula por sus afilados dientes. Mientras, mi roñosa bañera se hunde lenta e inexorablemente en una viscosa superficie de carnoso tacto. Mi pútrida cárcel cobra vida y trata de extirpar la alergia que le provoca mi sola figura en su interior, he sido condenado a ser un virus en mi propia conciencia. Arrinconado a una parte de un todo que antes era yo, exiliado de mí mismo, resignado a ser esclavo de mi caótica mente. Tengo visiones de descarnados cuervos carcomiendo mis entrañas mientras ríen con mis ojos entre sus picos, perros vagabundos esqueléticos que rasgan mi carne mientras sigo aún con vida. Niños ahorcados en un bosque, como simples adornos en un sórdido árbol de navidad, insanas ancianas elucubran hechizos con roncos graznidos de ultratumba. Gente que espera el día del juicio sentada sobre su propia tumba, observando como los gusanos se hacen presa de quienes no han soportado más el peso de su malvivir. Veo maquinas fabricadas con carne humana soldada al metal ennegrecido por la sangre que ha bebido en este tiempo. Llantos de rosas marchitas en busca de sus raíces en un frío mundo dominado por el gris metalizado, jardines de negras cruces regados con el jugo de corazones cenicientos... No, no puedo despertar de esta pesadilla, ¿por qué no puedo abrir mis ojos y desaparecer de aquí? ¡Quiero despertar! Estoy cansado de purgar por este camino que tiene como parada la perdición. Mi enfermiza e impía mente está deformando mi cuerpo, destruyendo la imagen que me mantiene atada con un cordel de oro gastado. Mis manos son apéndices abominables y amorfos, mis piernas se han tornado en sanguinolentos muñones, me hundo en las sombras de mi dolor. No veo la luz al final del túnel, no hay más que carne y vísceras... tal vez sea ahora cuando he despertado a lo que mis ojos no percibían con anterioridad. ¿Es esto lo que me merezco?, La herencia que me regala el mundo es un pozo oscuro en el que el tacto es lo único que resta de mis sentidos. Arterias y músculos de nauseabunda viscosidad son mi lecho y mi estancia, pero lo que más me preocupa es que su olor me es atrayente, siento la necesidad de saborearlos... pero ahora me doy cuenta que ya lo he hecho, pues noto su textura en mi paladar.
Ya no puedo caer más en el abismo de la locura o de la realidad, pues creo que si descendiera más llegaría de nuevo a lo más alto. Pensamiento que me desalienta, pues no sé si soportaría revivir de nuevo lo pasado. Los hilos del destino han dejado de atemorizarme hace ya varias eternidades. Estoy condenado a ser la consciencia viva de este trozo de locura navegante...
Y ahora, cuando creo que estoy solo de nuevo, puedo sentir como unos ojos me observan y la oscuridad sonríe satisfecha con mi propia voz... “Contempla nuestro paraíso y abandona tu humanidad, tu estólido deseo que bondad te ciega ante lo evidente. No puede brotar la bondad de un alma nacida de la más oscura maldad. Eres mi demonio, y aunque te vistas de ángel caído en desgracia buscando redención, eso es solo una máscara que oculta lo que en realidad eres. Ríndete a la evidencia, no hay bondad en tu corazón, sólo una ilusión creada por tu afán de mantener la cordura que perdiste hace largo tiempo... abraza el placer que te estoy brindando. Nada debe constreñir tu conciencia... libérate de la falsa compasión por esas cáscaras que caminan lejos de la verdad. Tu cruzada es una causa perdida, mi pequeño, no anheles encontrar una paz que haga desaparecer la maldad que portas en tu interior. Hazme caso y no desperdicies tu tiempo con patéticos intentos de salvación hacia una mente que se ahoga en su propia bilis, su final está cerca. El desenlace de todo es tu comienzo.

EXTRAÑOS DIAS DE LLUVIA

Otro día de cielo encapotado en esta bella zona de Inglaterra, otra mañana en la que observaba, a través de mi ventanilla, los postes de teléfono pasar a unas altas velocidades ya cotidianas y a los cientos de perros pasear por los prados o descansar al fresco del amanecer. Teniendo en cuenta lo ocurrido, el tren de cercanías se convertía en la opción mas recurrida para llegar al centro de la ciudad.
Ahora que escudriñaba el cielo con más paciencia, agradecía a mi querida esposa que me hubiese convencido para traer el paraguas. Creo que de haber ganado aquel combate dialéctico en la ajardinada puerta de mi pequeña casa, ahora me estaría arrepintiendo o a punto de hacerlo.
En la lejanía se distinguía el humo que precedía a Londres. Muchos aseguraban que era una eterna niebla sobre la ciudad, pero la verdad es que la polución dominaba la urbe y la teñía de color ceniza. La inevitable mano de la industrialización.
En la estación la muchedumbre brotaba de los estómagos de los gusanos de metal y a toda prisa se alejaban a sus respectos lugares de trabajo o estudio. Yo no dejaba de observar las nubes, mi sexto sentido me decía que esta vez no se iba a dejar esperar mucho algo de ellas.
Un lejano relámpago iluminó un poco la apagada mañana, mucha gente comenzó a correr por las calles esquivando a los cientos, miles de perros que deambulaban alegres. Más relámpagos y truenos y más miradas fijadas en los nubarrones negros.
Me cobijé en una parada de autobuses junto a otros cuantos afortunados. Me contrariaba que comenzara ahora a llover, pues ni mi jefe ni el enorme montón de papeles podrían esperar mucho tiempo. Considerable trabajo sobre mi mesa para un lunes y poco tiempo que perder en medio de la calle. Cogí el móvil y busqué en la memoria en número de la oficina.
Los primeros golpes sobre el metal de la parada desviaron mi mirada de la pantalla luminosa, no pude dejar escapar una sonrisa de alivio.
Sobre los tejados, aceras y calles de Londres estaban lloviendo gatos, cientos, miles de ellos. Me percaté que ciertamente caen de pie.
Observé a mi compañero de parada, su suspiro de consuelo y su sonora carcajada me animó. Golpeó de manera leve mi hombro.
—Bueno, al menos no han llovido elefantes.

INTRODUCCION

Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero el papel y los sentimientos las hacen firmes como montañas. Nuestras palabras nos recuerdan y nos atan a las personas con cadenas de afecto más allá del tiempo y el espacio. Cada instante de nuestra vida es un eslabón; los hay felices y los hay tristes, pero todos son igualmente importantes, un detalle puede parecer trivial y nimio, pero nada lo es.
Cada letra es una sonrisa, una lágrima, un abrazo o un beso… un eslabón. Cada letra es un pequeño trazo que muestra al mundo un retrato como se es en realidad. No quiero bajar la luna ni robar las estrellas, tampoco pretendo ser recordado como alguien importante, si no ser importante para quienes me recuerden cuando ya no esté.
Si en el futuro lejano , con mis relatos, consigo arrancar una sonrisa, una emoción o un recuerdo, entonces seré el hombre más feliz.
Bienvenidos a SUSURROS Y BALADAS DESTERRADAS. No quisiera terminar esta pequeña introducción sin agradecer a quienes han decidido entrar en esta morada por el tiempo invertido en pasear por ella. Gracias.El titulo de este blog puede parecer extraño pero no lo es tanto cuando se analiza con detenimiento. Son SUSURROS por que no llegan a tantos oídos como las exclamaciones, BALADAS por su narrativa breve, carácter épico-lírico y fantástico. Y, finalmente, DESTERRADAS por pertenecer a todos y a ningún lugar, caminantes de patrias sin patria.

DULCE HOGAR


Cielo gris ceniza, truenos apagados y lejanos. El chapoteo de la lluvia por entre el irregular empedrado del barrio viejo de este lugar. Calles estrechas y retorcidas cubiertas de historias ancestrales susurradas de padres a hijos, el aire aquí huele a pueblo, a verde parque y a añejas campanas. De los portones y los patios de las solariegas casas aún brotan las charlas nocturnas de las abuelas desvanecidas tiempo atrás. Ventanas cerradas, abrigadas por elaboradas rejas forjadas de manera artesana: A fuego, sudor y martillo.
Empinadas y escalonadas callejuelas ascienden por entre blancos e irregulares muros, dejando atrás la civilización tras altas murallas con acento romano. Después del arco de medio punto se abre un mundo que se ha negado a avanzar y que se mantiene anclado, al menos, un siglo atrás. Por aquí los vehículos tienen vedado el paso, eso le otorga un aspecto tranquilo y silencioso difícil de encontrar en grandes ciudades. Cada inspiración es una gota de sueños de poetas bohemios, espadachines de la edad de oro y galanes y damiselas. Un viaje en el tiempo manteniendo la consciencia de un presente muy diferente a lo que estas piedras cuentan. El aire confiesa como se vivió, soñó, amó, lloró, rió y murió por las esquinas y bajo las sombras ajenas a la luz de los candiles.
Mirando al frente me encuentro altos edificios de frío cristal, acero y cemento, el presente me ha alcanzado al cruzar otro arco de piedra. Un sentimiento de añoranza aprieta mi corazón, tal vez no sea a este presente al que yo pertenezca. El pasado de las calles que han quedado atrás me enamora y me anhela tanto como yo a él.

CASI UN PADRE

El añejo quejido de la vieja madera de los escalones del desván resonaba bajo mis pequeños pies. Con la mirada perdida en la huesuda, arrugada y cálida mano de mi abuelo me dejé llevar casi sin percatarme. En sus pantalones negros rebuscó y mostró una llave que jamás había visto, cubierta de oxido, indicando una gran falta de uso. En aquel momento pensé que no poseía recuerdos de mi abuelo Juan en los que no estuviese vestido totalmente de negro. Cuando alcancé la edad suficiente supe que dos días antes de mi nacimiento murió un tío mío en un accidente de trafico. En esa misma semana la tristeza y la alegría se mezclaron en el corazón de mi familia.
La puerta de la buhardilla gimió de forma estridente mientras que yo seguía a mi abuelo, aunque más atento a sacarle todo el jugo a mi chupa-chups. Telarañas, mucho polvo y objetos ya olvidados. Viejos cuadros, libros empaquetados en cajas casi deshechas, juguetes de mis tíos y un viejo arcón en un rincón del fondo. Sentado esperé a que lentamente mi abuelo lo acercara hasta donde estaba yo. Cansado, se sentó a mi lado, sus ojos mostraban alegría y sonriendo dulcemente revolvió mis cabellos. Aquel día celebraba mi sexto cumpleaños y podía escuchar la algarabía en el piso inferior. Ahora comprendo las miradas cómplices entre mi madre y mis tíos, esas sonrisas mientras ascendía por las escaleras. Aquello iniciaba un ritual que hasta el momento, de sus nietos, sólo mi prima Jessi había contemplado.
Con un pañuelo limpió el polvo que abrigaba el envejecido baúl. Una simple y modesta cruz latina se hallaba grabada sobre la cerradura. La misma llave que abría esta buhardilla se reservaba el placer de ser quien mostrara el secreto de mi abuelo.
De espaldas a mí comenzó a manipular la cerradura y abrió el cofre. Respiró profundamente y removiendo algo en el interior se levantó. Yo traté de moverme para ver algo, pero me fue imposible, el cuerpo de mi abuelo se interponía entre mi curiosidad y el objeto que la avivaba.
Lentamente se giró y pude ver que sujetaba con una mano un antiguo hábito de sacerdote mientras con la otra limpiaba el polvo que durante este tiempo se había depositado sobre él. Quedé estupefacto considerablemente, mi boca permanecía tan abierta que mi preciado chupa-chups cayó al suelo sin que eso me inmutara.
Con cariño dobló meticulosamente la sotana negra y se sentó a mi lado de nuevo con ella entre sus manos. Su sonrisa era afable pero teñida por aires pícaros, sus ojos no se apartaban de mi rostro mientras los míos estaban fijos en lo que portaba en sus manos.

—¿Sabes que es esto? –alzó ligeramente la sotana y la acercó hasta mí. Su mirada denotaba una alegría contagiosa— dime, seguro que sabes que es.

El hábito de mi regazo captaba toda mi atención, observaba el blanquísimo alzacuello y con mis dedos tocaba su contorno, dibujándolo. Indeciso alcé mi vista hasta cruzarla con la suya.

—Es ropa de cura –Mi voz sonó apagada y débil, todo lo contrario que la risa de mi abuelo. Pellizcó suavemente mi mejilla y se acercó más, aún, a mí—. ¿De quien es?

—¿De quien crees que es?

Miré al hábito, después a mi abuelo, repetí este movimiento en varias ocasiones. Parte de mi corazón me decía que era de él, pero otra me decía que no. Seguía dudando, sin querer apuntar nada, pero...

—Tuyo –Mis pensamientos brotaron de mi boca sin que yo lo deseara. Sin darme cuenta pensé en voz alta lo que no quería expresar. Agaché la cabeza y perdí mi vista en el negro de la ropa sacerdotal.

—Acertaste –con su mano cogió mi barbilla y levantó mi cara hasta verme los ojos—, yo fui sacerdote durante tres años en la iglesia de aquí. ¿A que eso no lo sabías?

Demasiadas emociones, ya no sabía qué pensar ni qué decir, todo esto era nuevo para mí. Me consideraba demasiado joven en aquella época para asimilar aquello. Acababa de descubrir un secreto que nunca pensé que llegaría a escuchar. Las palabras no salían coherentes de mi boca.

—¿Y la abuela Socorro? –más que una pregunta se asemejaba a un lamento ininteligible, una voz rota por la incomprensión de aquélla situación.

Con otra mano tocó la alianza de matrimonio, sonriendo acarició su contorno. Recordando, tal vez, el día de su boda u otro recuerdo feliz de su vida.

—Ella fue el motivo por el que colgué los hábitos –en sus ojos la melancolía adquiría un brillo especial—. Dediqué parte de mi juventud a Dios y después, con el tiempo, descubrí a un ángel. Nunca se sabe cuándo ni dónde encontrarás el amor –posó su mano sobre mi hombro firmemente—. Y créeme, eso se mantiene como una de las pocas verdades universales.

La madera de la puerta crujió levemente pero de forma perceptible, la figura de mi madre se encontraba en el marco de la buhardilla. Había felicidad en su rostro y una mirada cómplice con mi abuelo.

—Ya sabes el secreto de esta familia, Juanma —su mano se posó en su cadera y con la otra me invitó a salir del desván— creo que es hora que tu abuelo bendiga la mesa, los comensales se impacientan.

Uno a uno todos mis primos pasaron por esa buhardilla y ninguno de ellos bajó con rostro indiferente. Por desgracia mi abuelo Juan ya no está entre nosotros, así que seremos sus nietos los responsables de contar su historia cuando nuestros padres nos estén.

HACIA EL PUENTE

Delante de mí, la calle principal de un pequeño y oxidado pueblo, detrás el coche, aún humeante, incrustado en la retorcida farola. No recordaba nada anterior a este lugar, ni una palabra que nombrase nada que allí no existiese, ni siquiera mi nombre. Aturdido avancé por la desierta calle, la niebla envolvía el lugar con su mortecino velo, aquí no prosperaba la vida. Este escenario parecía haber yacido eternamente abandonado, sumido en el olvido. De forma simultanea, mostraba las evidencias de las gentes que en algún instante poblaron sus aceras y casas. Grité. Puerta por puerta llamé, pero no hubo respuesta. Sentía la insólita sensación, por primera vez, de una completa y abrumadora soledad, ni si quiera mis pies resonaban sobre el asfalto. Silencio. Una quietud tan ensordecedora que aguijoneaba mi cerebro y laceraba mis tímpanos. Mis ojos irritados clamaban por una tregua que me rehusaba concederles, pero que tendría que otorgar tarde o temprano. Un Parpadeo. Entre la bruma una retorcida sombra impertérrita y nebulosa. Cada uno de mis pasos era respondido por uno suyo. Acto seguido discerní que era mi reflejo en un imponente y lustrado espejo en el centro de la rancia calzada. Me observé durante una eternidad, a mis espaldas desfilaron centenas de traslucidas figuras con una inusitada celeridad. Experimenté imágenes de una distante vida ajena conmigo como actor principal. ¿Es mi vida? La superficie del espejo se distorsionó como un reflejo en un estanque. Tras de mí, a lo lejos, un desvencijado puente y el fatigado susurro de un río. La ciudad se había desvanecido y únicamente un sendero de rojos cirios se extendía ante mí postergando la acometida del abismo. Incandescentes ojos —tal vez hambrientos— me escrutaban desde la longeva lobreguez del vacío. Apresuré el paso. Al llegar al mohoso y herrumbroso puente divisé una fulgurante silueta de mujer al otro lado. Me saludaba —no sé por qué la reconocí, ignoro por qué la anhelaba—, su sonrisa se convirtió en santuario para mis temores, pesadillas y pecados, un hogar hallado en un hostil mundo de insana irracionalidad. Decidí cruzar. Una sombría figura surgió a mi lado extendió su mano con la palma hacia arriba. Me sorprendió mi determinación, cómo supe lo que debía hacer. Le pagué con dos monedas que siempre había llevado en mi mano y crucé.