Esta situación lleva tanto tiempo conmigo que a veces pienso que no puede haber otra forma de existir. No me imagino fuera de este lugar, valiéndome por mí mismo y respirando el aire de la ciudad. Soy un reflejo detenido frente al gran espejo sobre la mesa, una aburrida imagen que plasma una parte de mí que no quisiera recordar. Mi vida se rige por el unísono e imperturbable ritmo de las manijas del tiempo. Cada movimiento de estas me resulta una cuenta atrás, un grano menos en el reloj de arena del resto de mi vida. Blanco es el lecho que me observa marchitarme y envejecer carcomido por ideas de lugares y épocas mejores. Recuerdos de una juventud en la que mi cuerpo respondía a mis ordenes y no yacía inerte.
Un sonriente hombre vestido elegantemente para una ocasión especial, una boda, una fiesta, una de las alegrías que han tratado de apaciguar la herida de la tristeza. Un recuerdo de quien alguna vez fui y no volveré a ser nunca más. Un trozo de historia encerrado en una instantánea fotográfica. Alejado de mi se halla el otro retrato que adorna mi habitación, algo que me recuerda que, a veces, Dios se lleva a sus ángeles antes de tiempo. Mi difunta esposa posa en esta vieja fotografía tan sonriente como lo fue siempre, he de reconocer que su sonrisa fue uno de los cordeles que mantuvieron mi cordura junto a mí. Cada segundo, minuto, hora y día la echo más de menos y me arrepiento de que no haya sido yo quien se marchara antes. Soy egoísta, pero no soporto el dolor de su pérdida y eso encrudece más mi existencia. Pedí a mi hermana que cada día me trajera flores frescas, como hacía antes mi esposa, pero eso no es tan grato como pensé que sería. A veces pido que no traigan más ramos sólo para ver como se marchitan las rosas y su color rojo se torna negro, pues así es como me siento yo. Soy una flor marchita frente al espejo.
Un sonriente hombre vestido elegantemente para una ocasión especial, una boda, una fiesta, una de las alegrías que han tratado de apaciguar la herida de la tristeza. Un recuerdo de quien alguna vez fui y no volveré a ser nunca más. Un trozo de historia encerrado en una instantánea fotográfica. Alejado de mi se halla el otro retrato que adorna mi habitación, algo que me recuerda que, a veces, Dios se lleva a sus ángeles antes de tiempo. Mi difunta esposa posa en esta vieja fotografía tan sonriente como lo fue siempre, he de reconocer que su sonrisa fue uno de los cordeles que mantuvieron mi cordura junto a mí. Cada segundo, minuto, hora y día la echo más de menos y me arrepiento de que no haya sido yo quien se marchara antes. Soy egoísta, pero no soporto el dolor de su pérdida y eso encrudece más mi existencia. Pedí a mi hermana que cada día me trajera flores frescas, como hacía antes mi esposa, pero eso no es tan grato como pensé que sería. A veces pido que no traigan más ramos sólo para ver como se marchitan las rosas y su color rojo se torna negro, pues así es como me siento yo. Soy una flor marchita frente al espejo.
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