
Kojiro-san yacía sobre sus rodillas, inspirando de manera profunda y pausa. Su brazo derecho describía movimientos harmónicos y sutiles, su mano sujetaba un pincel con una inusitada dulzura en un guerrero. Tanta belleza en el mundo y tan poco tiempo para escribir algunos pensamientos que reflejasen una ínfima parte de todo lo bello. Kojiro había sobrevivido a decenas de batallas, cenado a la diestra del Emperador y protegido a su familia con su sangre y lágrimas, pero cuán arduo le resultaba ahora tratar de transcribir la belleza y complejidad de un copo de nieve o de una brizna de hierba mecida por la brisa matutina.
Era ya demasiado anciano para recordar su infancia despreocupada, pero demasiado joven para toda la sangre que sus ojos habían visto y su corazón había llorado. Ni un solo atisbo de arrepentimiento asomaba en su rostro, una vida recta y guiada por el código inquebrantable del bushido le otorgaban el coraje necesario para no temer a la muerte. En la derrota no existía deshonor.
Su fiel sirviente y yojimbo estaba a su espalda, Kojiro podía imaginar como sus lágrimas se mezclaban con la lluvia.
La firme mano del anciano samurai asió con fuerza la empuñadura de su wakizashi, situó un pedazo de papel de arroz en la hoja y la introdujo en su estómago.
Contuvo un esputo de sangre y su honor le impidió gritar, su rostro no mostró emoción mientras la afilada espada surcaba su abdomen.
Una lágrima cayó en el hombro de Kojiro, una frase de disculpa, un lamento contenido y un corte certero dejó intacto el honor del longevo y aguerrido samurai.
(*)HAIKU: Poema japonés de tres versos que sigue estrictas reglas poéticas orientales. Tradicionalmente el haiku buscaba describir los fenómenos naturales, el cambio de las estaciones, o la vida cotidiana de la gente.

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